2018/04/22

Pensamientos de una noche cualquiera en un bar aleatorio.

Aquí, desde esta posición tengo una panorámica perfecta de todo lo que sucede en el local. Puedo ver como los machos danzan y se pavonean compitiendo por el favor de la hembra alfa, también veo el vacío insondable que se oculta tras la sonrisa seductora de esa chica que esta en la esquina pidiendo que alguien la rescate de su soledad, incluso creo que casi puedo sentir cómo se quiebra el alma de ese chaval al ser consciente de que se comporta como un payaso solo para sentir que durante ese breve instante alguien le presta atención. Y es que en este tipo de sitios la mezcla de dolor, alcohol, hormonas y soledad es tan evidente que casi la puedes saborear en cada bocanada de aire.

Sin embargo nada de todo eso va conmigo. Solo soy un mero observador que mira la vida pasar desde la barrera, seguro, sin que nada pueda hacerme daño.... Nada salvo yo mismo.

Esta soledad idílica que tanto me esfuerzo en mantener para que nadie pueda volver a hacerme daño se ha convertido en una celda de dorados barrotes, donde la amargura y el sufrimiento parecen mimetizarse igual que el azúcar en el café del desayuno, que no se puede ver pero se siente desde el primer sorbo. No paro de repetirme que no merece la pena salir al mundo mientras no me sienta bien, porque, para qué, si nunca voy a encontrar algo que de verdad merezca romper estos grilletes. Además, desde dentro soy capaz de fingir una vida normal, el riesgo a sentir el dolor en toda su intensidad no merece la pena.

Es el miedo del actor a dejar de interpretar su papel que le define y valida, ese en el que aceptó encasillarse con una mezcla de pena y resignación.
¿Permitirme sentir sería un pecado tan grave? ¿Qué es lo que realmente temo, la tristeza o la felicidad? De hecho, ¿En qué se convierte un poeta maldito cuando pierde ese sufrimiento que le moldea y define? Idializo el pasado para evitar que el presente le pueda hacer sombra, y así preservar ese pedestal de falsa virtud donde coloqué esos recuerdos que usé para construir esta prisión que protege de exponerme a la cruda realidad. Mientras, mi ego me susurra como las cunetas están llenas de bohemios mejores que yo, asesinados a manos de su propia arrogancia que les llevo a exponerse sin tapujos ante este mundo inmisericorde que jamás podrán atisbar un ápice de esta sensibilidad que nos define.

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